FUNDAMENTOS DEL VALOR ECONÓMICO

INTRODUCCIÓN 

 

          Los investigadores de la ciencia económica, de forma explícita o implícita, se han venido cuestionando en sus trabajos, desde siempre, las preguntas básicas de su ciencia: ¿Por qué valen las cosas? ¿Qué es el valor económico? ¿Cómo poder medirlo? ¿Cómo compararlo? ¿Cómo incrementarlo? Incluso toda persona se plantea, de una manera o de otra, estas preguntas si quiere actuar económicamente. La problemática del valor se encuentra en el centro de toda explicación y comprensión de la actividad económica.
          Si tuviese que resumir en dos palabras el contenido del presente trabajo, elegiría estas: economía humana. La economía o es humana o no es economía. si bien el objeto de la economía se centra en las realidades materiales, estas las estudia desde el punto de vista de su valor, de su relación al hombre, de su capacidad de aproximación al cumplimiento de los fines humanos. La economía es humana por su finalidad.
          Además, la economía es humana porque el medio principal del que se sirve para realizar la tarea de descubrir e incrementar el valor económico es el trabajo humano.
          Aunque su objeto material sea la naturaleza, al estar el hombre implicado como fin y como medio principal para conseguirlo, la economía no la podemos encuadrar entre las ciencias de la naturaleza; en ese lugar se encuentra incómoda. Hay que situarla entre las ciencias del hombre, es decir, entre las ciencias sociales.
          Una consecuencia de enmarcar la economía en el contexto exclusivo de las ciencias de las naturaleza es considerar el problema del valor económico como absurda, como irrelevante, “metafísica” en sentido peyorativo.
         La materialización, especialización y monetización de nuestra ciencia han dejado las reflexiones en torno a la teoría del valor arrinconadas, como si ese tipo de conocimiento no fuese otra cosa que un simple embellecimiento poco importante. Este tipo de indagaciones se consideran algo poco esencial para el economista, algo obsoleto, supuestamente superado.
          El economista “científico” tiende a colocarse fuera del alcance del “vulgo”, refugiándose en el ámbito de las abstracciones, donde los modelos, las ecuaciones y la compleja terminología especializada conforman un medio de comunicación con patente exclusiva para expertos y, a la vez, representan un muro infranqueable contra los embates del mundo exterior. Este tipo de ciencia económica intenta revestirse con el positivismo del paradigma científico de la naturaleza inanimada, alejando cualquier atisbo de consideración ético-filosófica para mostrar la posibilidad de un tratamiento meramente neutral y descriptivo.
          Al vivir en el mundo modélico artificialmente inventado, se acaba conociendo muy poco del mundo real y tampoco se conoce lo que las otras ciencias han descubierto sobre este mundo real. Haciendo caso omiso de las grandes verdades descubiertas, también por los economistas, en los últimos doscientos años, se convierte la actividad económica en un automatismo de mecánicas medidas estereotipadas que se aplican según los recetarios técnicos propuestos para cada caso por los equipos de expertos especializados. Con esos recetarios técnicos se pretenden manejar precios y salarios, tipos de interés, beneficios, niveles de inflación, coeficientes de paro, etc.
         La investigación que a continuación intentaré desarrollar no trata de seguir estos planteamientos metodológicos.
          Aunque la economía necesita tratar con las realidades materiales por su origen y, por lo tanto, necesita conocientos de las ciencias de la naturaleza, lo importante no son esas realidades en sí mismas consideradas, sino en cuanto pueden servir al hombre, es decir, en cuanto valen. El punto de vista desde el que la economía estudia esas realidades es el punto de vista de su valor. El valor está en el centro de todo análisis económico.
          Sin embargo, como el valor económico hace referencia al hombre, a sus finalidades, la economía necesita conocer esos fines y, por tanto, conocer la naturaleza humana. Ello nos conduce a la necesidad de información sobre la ciencias del hombre.
         La economía ejerce una función de mediación entre la ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas. No pretende conocer las cosas tal como son en sí, sino su capacidad de relación humana. La economía, al estudiar el valor económico. lo que intenta es entresacar la “vocación” humana que tiene esa realidad material.
         Muchos de los grandes economistas de hace más de cien años, Adam Smith, Bentham, John Stuart Mill, Sidwick y otros, eran a su vez filósofos. Hoy en día pocos o ninguno lo somos. Como mucho, se reconoce ese vacio en nuestra formación y se trata de llenarlo, como hace Hayek: “Aun cuando continúo pensando que principalmente soy economista, he llegado a la conclusión, para mí cada vez más evidente, de que las respuestas a muchos de los acuciantes problemas sociales de nuestro tiempo encuentran, sin duda, su base sustentación en principios que caen fuera del campo de la técnica económica o de cualquier otra disciplina aislada”.
         La teoría del valor ocupaba entre lo clásicos un lugar prominente y tanto sus aciertos como sus errores tuvieron una influencia definitiva sobre la actividad económica práctica. Hoy en día apenas se reflexiona sobre estos problemas. El autor de este trabajo es testigo de la dificultades para encontrar bibliografía actual sobre estos temas. Es más fácil encontrar filósofos que se inmiscuyan en el campo económico -a veces con notable ingenuidad- que economistas que estudien los problemas básicos de su materia con cierta perspectiva filosófica.
         Como el título de un libro de Gunnar Myrdall, citado posteriormente, este trabajo va “contra corriente”, porque no desprecia de antemano las aportaciones que las ciencias humanas, especialmente la ética y más ampliamente la filosofía puedan hacer para una mejor comprensión de la ciencia económica. La presión científica ambiental es tan fuerte que quiero agradecer formalmente el apoyo prestado por todos los que durante el inicio y el desarrollo de este trabajo me animaron a seguir en la dirección apuntada, porque estoy seguro de que, sin su empuje, no hubiera llegado a término. Soy consciente de mi atrevimiento, pero el mismo apoyo prestado es síntoma de la realidad de esta inquietud.
         En las respuestas a tres grandes preguntas sintetiza Enrique Fuentes Quintana la valoración práctica para intentar juzgar la eficacia con que funcionan los diversos sistemas económicos: “1) ¿Cómo han valorado -con arreglo a qué criterios-los diversos economistas la administración de los recursos escasos de la sociedad humana? 2) ¿Puede contribuirse con estos criterios valorativos utilizados por los economistas al hallazgo de una mejor organización de la convivencia económica? 3) Finalmente, ¿son científicamente admisibles los criterios de valoración utilizados, y, si es así, como pueden contrastarse?”.
         Los problemas del valor son el eje central de los problemas económicos, porque indican los “para qués” de la investigación económica, nos muestran cuáles son los objetivos que pretendemos alcanzar.
         De antigua anomalía califica Böhm-Bawerk el que “los autores no se preocupasen de investigar las maravillosamente sutiles complicaciones de la formación del valor, que debiera ser misión y orgullo de nuestra ciencia desembrollar, lejos de lo cual se adoptaba ante ellas una necia presunción o una actitud negativa todavía más necia, en aquello en que las cosas no se ajustaban a la presunción establecida”.
         Ricardo, al referirse al contenido de su teoría del valor, afirmaba: “Es una doctrina de la mayor importancia en economía política y de ninguna otra fuente proceden tantos errores y tantas diferencias de opinión como de las ideas vagas que se conectan con la palabra valor”.
         La problemática del valor tiene repercusiones prácticas importantes en todo el ámbito del actuar económico. No es una cuestión meramente nominalista; es algo puramente especulativo. El problema del valor afecta necesariamente a la conducta humana e implica incluso el problema de la felicidad del hombre y, por consiguiente, el de la sociedad.
         Para descubrir los incentivos adecuados, necesitamos conocer la naturaleza del valor económico, la variable que hay que incrementar para lograr un crecimiento de la economía.
         En mi opinión, la ciencia económica, para salir de su crisis, tiene que volver a reflexionar sobre sus principios fundamentales, sobre sus fines. El valor económico tiene que incorporarse de nuevo al puesto que le corresponde. La economía tiene que hacerse más humana, incluir al hombre como objeto de estudio.
         Es significativo el título del momumental estudio de economía de Ludwig von Mises: La acción humana. La economía se dirige a la práctica, es una ciencia de la actuación consciente. Como tal, es más ciencia del espíritu que ciencia de la naturaleza. La consideración del sujeto humano en la economía se acentúa más debido a la evolución desde la sociedad industrializada hacia una sociedad de servicios. Se intuye la necesidad de un proceso de rehumanización del conocimiento científico. Peter F. Drucker, en un artículo que analiza la dirección futura de la ciencia económica, indica que la próxima economía intenta ser de nuevo “humana” y ” ciencia”.
          Será humana si es auténtica ciencia y será ciencia si es auténticamente humana.
         Como indica von Mises en otra de sus obras, el estudio de la parte más específicamente del hombre, no la ,meramente biológica, empieza y termina con el estudio de la acción humana. Y es imposible comprender la conducta consciente sin las categorías de causalidad y finalidad.
         Para el esquema y desarrollo de las reflexiones que se presentan en este trabajo sobre la naturaleza y casusas del valor económico nos hemos aprovechado de algunas nociones básicas tomadas de la filosofía clásica realista. E specialmente de la riqueza de contenido que tiene, para aclarar la naturaleza del valor, el accidente “relación”, y para el esquema de las causas del valor económico, las nociones de causa material, eficiente, instrumental, ejemplar y final.
         He considerado conveniente incluir en los capítulos correspondientes breves referencias históricas que recorren las diversas etapas del pensamiento en torno a la teoría del valor, destacando las aportaciones qie considero más significativas.
         Al plantear estas reflexiones sobre dichas cuestiones, resulta lógico resaltar las respuestas más importantes que a lo largo de la historia económica se han ido produciendo. La necesidad de dicha metodología resulta imprescindible en este caso, porque resulta prácticamente imposible añadir algo nuevo a los distintos aspectos resaltados por los distintos pensadores, y, por lo tanto, si existe cierta originalidad en este trabajo, ésta no consiste en afirmaciones aisladas, sino más bien en presentar un entramado lógico y coherente en torno al concepto de valor y a la enumeración y descripción de las causas principales que lo incrementan o reducen.
         El pensamiento económico actual hunde sus raices en la descomposición de las sociedades feudales, con matices de autosuficiencia y poderío económico. Su aislamiento, posterior al auge feudal, vino producido por la aparición y posterior desarrollo de los fenómenos de mercado y sus instituciones básicas: propiedad, intercambio, dinero, etc.
         Con el declive feudal a partir de los siglos XIII y XIV, aparecen con mayor fuerza las instituciones de mercado, llamadas a dominar, con el transcurso del tiempo, el mundo económico.
         El protagonismo de las instituciones del mercado va unido a la incorporación, cada vez más generalizada, del Derecho romano para su regulación y del pensamiento clásico griego para su interpretación y desarrollo.
         El pensamiento de Platón y Aristóteles se introduce en Occidente hacia 1250 através de dos corrientes: la arábiga, perteneciente a la España musulmana y la bizantina.
         Por mediación de Avenpace, y especialmente por las traducciones de las obras del filósofo y médico Averroes, el pensamiento griego se incorpora al Occidente cristiano. Los centros de contacto cristiano-musulmanes, como Sicilia y Toledo, fueron los focos desde donde se distribuyeron al resto de Europa versiones latinas de Aristóteles y demás autores griegos, especialmente las teorías platónicas de tan gran influencia en movimientos como la Reforma o el erasmismo. La escolástica aristotélica, por su parte, tomó como punto de partida las traducciones de la Etica a Nicómaco y la Etica a Eudemo.
         Las figuras más destacadas de la primera escolástica y las más interesantes en cuanto a su desarrollo del concepto del valor fueron Alberto Magno y Tomás de Aquino. Entre ambos cabe una cierta discrepancia de criterios de interpretación en lo que respecta a la teoría del valor, que sería patente en el desarrollo de la escuela dominica -con Tomás de Aquino como máximo exponente- y la franciscana, que se inclinó más por la visión de Alberto Magno. La tradición que comienza a atribuir a la utlidad de una cosa el valor que ésta tiene surge de Tomás de Aquino y la escuela dominicana, mientras que las propuestas de Alberto Magno, reelaboradas por Occam y Duns Escoto, asignan el origen del valor de las cosas al trabajo necesario para producirlas.
        Las nuevas ideas que los escolásticos ayudan a desarrollar a partir del pensamiento griego antiguo tienen como punto de referencia común la afirmación de que la riqueza, el valor económico, no es condenable, todo depende de su origen. Es lícito tratar de incrementarla justamente y se puede especular sobre cómo conseguirla tanto a nivel particular o de empresa como a nivel de Estado.
         Con los descubrimiento ultramarinos, la generalización del comercio a larga distnaica y la formación del Estado moderno se universalizaron de forma laica las ideas escolásticas, a través de mercaderes y políticos, creándose un cuerpo teórico especializado, aunque inconexo, que vendría a denominarse mercantilismo. En dicha teoría el incremento de la riqueza material se constitutía en ley motora fundamental.
         Con el mercantilismo tenemos el ambiente preparado para la aparición de un pensamiento económico autónomo que se insinúa ya con los fisiócratas y acaba de completarse con La Riqueza de las Naciones de Adam Smith y toda la escuela clásica.
         Las breves referencias a la historia del pensamiento económico que se insertan como punto de partida en los distintos capítulos toman como punto de partida el siglo XVIII, en el que se insinúo ya la conveniencia de estudiar de manera especializada y científica los fenómenos que giran en torno a la pobreza individual, familiar, regional, nacional o mundial.
         Esta finalidad de resumir en un todo coherente el tratamiento, en muchas ocasiones parcial, del problema del valor está presente ya desde el principio en el esquema de presentación de las doctrinas económicas.
         No sigo una estructura cronológica, sino lógica y con propósitos ilustrativos. En cualquier caso, existe una cierta uniformidad entre el tratamiento lógico y el cronológico, al menos en cuanto a las escuelas más significativas e influyentes. El orden lógico que seguimos es el que va de aquellos autores que resaltaron en su consideración del valor lo que en este trabajo denominamos causas originarias -que incluyen la tierra, el trabajo y el capital- y los que pusieron mayor énfasis sobre la causas finales subjetivas y objetivas del valor.
         El orden cronológico a partir de los fisiócratas, las teorías del valor fundadas en el trabajo que dominan el horizonte clásico y las teorías de la productividad del capital, es parecido al lógico, aunque con algunas excepciones. Siguiendo este orden, también aparecen posteriormente las teorías subrayan la importancia de las causas finales del valor puestas de manifiesto por los de la utilidad. Resaltan las causas finales subjetivas y poco a poco se abre paso el intento de búsqueda de las causas finales objetivas del valor.
         En todo recorrido lógico y cronológico se observa la tendencia habitual a confundir la naturaleza del valor con sus causas o con varias de sus causas.
         En el primer capítulo me centro propiamente en el contenido y concepto del valor económico. Considero que para abordar el estudio de las causas necesito primero conocer, lo más claramente posible, la naturaleza del valor económico. Pretendo describir su naturaleza exhaustivamente, porque tendré que tenerla presente en el resto del trabajo. La descripción más aproximada a la que llego la resumo en el concepto de “idoneidad”, que se explica comorelación real de conveniencia última, complementaria, concreta y futura, del objeto valorado a los fines humanos.
         De esta definición, ampliamente explicada, destaca el ser una relación de conveniencia e indica un sujeto origen y un sujeto término. Esta distinción entre sujeto origen y sujeto término resume el esquema de las causas a desarrolllar. Las que hacen referencia al sujeto origen las llamo causas originarias y las que hacen referencia al sujeto término y a sus objetivos las llamo causas finales.
         Como, además, esa relación real de conveniencia en que consiste el valor es complementaria, se necesita compaginar las causas originales entre sí (horizontalmente) y con las causas finales (verticalmente). Las instituciones económicas principales que realizan por su propia naturaleza esta función de conjunción las desarrollaremos en otro volumen debido a la importancia práctica y directa que tiene sobre la cuestiones de la actividad ecónomica cotidiana y a que no se refieren estrictamente a los fundamentos del valor económico.
         Cada uno de los factores clásicos de producción: tierra, trabajo y capital se corresponden, respectivamente, con las tres causas originarias del valor: material, eficiente e instrumental.
         En el capítulo segundo, dedicado a lo recursos naturales como causa material, se destaca su capacidad de humanazación (en cuanto potencia pasiva) y su necesidad radical para la producción en cuanto que el hombre puede transformar la materia pero no puede crearla. La conveniencia de dominar la Naturaleza, pero sin destruirla y arruinarla, se convierte en corolario consecuente.
         Las reflexiones en torno al trabajo humano como causa eficiente ocupan el capítulo tercero. Si la tierra es la causa pasiva, el trabajo es la causa activa que la orienta y la actualiza humanizándola. El trabajo humano siempre es prioritario a la mercancia. La superación de la concepción del trabajo como simple esfuerzo, medido en tiempo, se manifiesta por la consideración cualitativa del trabajo y la introducción del concepto de capital humano.
         El capítulo cuarto explica las consecuencias de ser los bienes de capital causa instrumental del valor económico. Las relaciones entre la causa eficente y la instrumental, resaltando la prioridad de aquélla sobre ésta, enmarcan el contenido del capítulo.
         En los tres capítulos dedicados a las causas finales estudiamos las causas finales subjetivas, las objetivas y, por último, en el séptimo, exponemos nuestras apreciaciones subjetivas en cuanto al contenido de esas causas finales objetivas tratando de acercarnos a ellas.
         Las causas finales son el término del proceso productivo, son las primeras en la intención y las últimas en la ejecución. Ponen en marcha todo el procedimiento de incrementar el valor económico actuando por modo de atracción.
         Las subjetivas son las que manifiestan los usuarios finales de los bienes a través de sus demandas en los mercados. Varían según sus particulares visiones sobre el mundo y la naturaleza humana. El mercado se orienta tratando de cumplimentar estos objetivos subjetivos de los agentes económicos.
         En el tratamiento de las causas finales objetivas nos centramos primero en demostrar su existencia y luego su inaccesibilidad. La actuación no arbitraria sino coherente de los usuarios, la conciencia de errores pasados en nuestra actuación económica y la consideración de los efectos secundarios nos llevan a la existencia de estas causas objetivas. Dada su existencia, reflexionamos sobre sus consecuencias. Las objetivas atraen hacia ellas a las subjetivas y éstas, como veíamos, al resto de la actividad productiva.
         Nuestras apreciaciones personales sobre los fines de la actividad económica se reflejan en el capítulo séptimo. Tras criticar la concepción hedonista del consumo, nos centramos en su consideración como bien intermedio que se ordena a la mejora de la actividad futura. El trabajo futuro se convierte en criterio de ordenación de consumos. Ello implica, a su vez, la distinción entre consumo productivo e improductivo y la consideración del productivo como inversión del capital humano. Entendido el beneficio como diferencia entre valor creado y valor destruido, el principio del máximo beneficio, tanto cuando consumimos como cuando trabajamos, se convierte en el fin de toda la actividad económica. Lógicamente, es precisa la referencia a la ética, como ciencia general del actuar humano a la economía, ciencia medial, tiene que hacer referencia cuando reflexiona sobre los fines.
         No es éste un trabajo de carácter histórico, por lo que no he pretendido hacer una nómina de autores que hagan referencias importantes a los ¿demás? tratados. Las citas de autores están referidas, fundamentalmente, como textos que me han servido de base para explicar las tesis que, en cada caso planteaba. Ello no quiere decir que mi trabajo de investigación concuerde totalmente con sus tesis generales. Autores citados positivamente en determinadas partes del trbajo pueden, en ocasiones, servir como oponentes en otras.

 

         Este trabajo de investigación es una tesis de principios y, por lo tanto, integradora, tratando de encontrar la mayor cantidad posible de verdades parciales, procurando complementarlas en un todo coherente y armónicamente comprensible, planteando un nuevo intento, subjetivo, de aproximación a las verdades objetivas, siempre inalcanzables en toda su plenitud.

 

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