DEJADNOS SER SOCIALISTAS

Dejando aparte las ideas colectivas de La República de Platón o la de otros autores del Renacimiento, es muy curiosa la evolución del socialismo moderno cuyo principio podemos situar en el ocaso del siglo XVIII. Los bonachones utópicos premarxistas como Saint Simon, Fourier, Owen y otros propondrán que el Estado, también bonachón, dirija la vida económica; la abolición de la renta de la tierra y el derecho de herencia; la educación estatal homogénea e igual para todos; la libertad de relaciones amorosas entre adultos; la creación de un fondo social de distribución con las tierras y capitales; la organización del trabajo en comunidades paradisíacas donde nadie viviría en la ociosidad del trabajo de los demás;… etc. Fourier por ejemplo esperaba resultados espectaculares de sus proyectos: el agua del mar adquiriría un sabor agradable, la vida humana media llegaría a los 144 años y tal vez con el progreso socialista se añadirían nuevos órganos al cuerpo humano.

Con un pretendido análisis racional de la sociedad el socialismo «científico» arrinconó rápidamente los melindres de los utópicos. Para los marxistas el socialismo no vendrá pacíficamente sino mediante la lucha y el enfrentamiento intrasocial. Su advenimiento sería fatal y determinista. No vendría a hombros de todos sino sólo de los proletarios perjudicados por el capitalismo. Los hombres se mueven exclusivamente por razones materiales económicas y en un régimen absolutamente socialista todos los bienes de producción pertenecen al Estado, que se convierte a su vez en el gran distribuidor de bienes de consumo con arreglo a algún criterio de inspiración igualitaria.

Con la caída del muro de Berlín, el paréntesis de dos siglos se está terminando de cerrar. Ni siquiera Felipe González se atreve a pronunciar en público la palabra socialismo, aunque sus obras irreversibles le delatan. El empuje del sentido común, la fuerza económica de la propiedad privada y el avance de la libertad responsable guiada por la Ética, están dejando al socialismo arrinconado y agarrado al clavo ardiendo de un sentido vaporoso y adulterado de solidaridad y redistribución interesada. Toda la parafarnalia intelectual, utópica y científica esbozada anteriormente ha quedado reducida a un cierto criterio redistributivo con coacción a través de los formidables medios de los aparatos estatales. Una gran parte de los Presupuestos Generales del Estado se dedican a tareas redistributivas con trasvase de fondos desde los ciudadanos activos hacia los pasivos. La presión fiscal, la fiscal psicológica, la presión burocrática y la presión estadística están acentuando las corrientes migratorias interiores desde las aguas productivas de la actividad hacia las cómodas zonas terráqueas de la pasividad. A medida que nos quedamos sin agua aumentará el coeficiente de la desertización económica generalizada de España.

Creo que es una grave equivocación redistribuir exclusivamente a través de la intermediación del ente de razón Estado con su pesada estructura administrativa. En el subconsciente general aparece como el gran solucionador de todo tipo de necesidades y caprichos crecientes.

Si el socialismo de hoy queda reducido a la atención a los más necesitados y al principio de solidaridad yo también quiero ser socialista. Todos queremos ser socialistas. Pero hay que practicar la solidaridad también con eficacia. Incluso para esto sobra y estorba el Estado. ¿Por qué tiene que decidir el Estado a quién, o a qué institución, tengo yo que ayudar y quién es el que lo necesita? ¿Por qué no mejor le presto o le doy directamente a quién efectivamente sé que lo necesita o a instituciones especializadas en esas tareas? Es más difícil que se defraude a quién da directamente de lo suyo que buscarle las vueltas a las reglamentaciones jurídicas y administrativas generales.

Si prima la función social y distribuidora del Estado, automáticamente los particulares se desentienden de la conveniente solidaridad. Cuando alguien insinúa cualquier necesidad rápidamente se remite al Estado su apremio. A mí que me dejen en paz, que no me compliquen la vida. El Estado tiene que solucionar absolutamente todo porque para eso pagamos impuestos. A mí no me cuente usted su vida. Nadie es responsable de los problemas ajenos. La presión estatal no nos deja ser socialistas de nuevo cuño. A mayor presión fiscal y burocrática menor solidaridad personal. Por favor: dejadnos ser socialistas. Muchas entidades y asociaciones sin ánimo de lucro, no gubernamentales, expertas en solidaridad, están esperando que seamos socialistas y que nos dejen estar a los ciudadanos de a pie. Queremos ser todos socialistas libremente. Ante crisis tan pavorosa hay que olvidarse definitivamente de nuestros gobernantes ensimismados y empezar a practicar la solidaridad personal para mitigar los efectos negativos. ¡Que nos dejen!

JJ Franch

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